Los detalles del experimento de Shanghái permiten albergar dudas sobre su verdadero propósito, aparte de mostrar que China se ha situado en la primera división científica. Desde que en 1997 el equipo de Ian Wilmunt, del Instituto Roslin de Edimburgo, presentó el primer mamífero obtenido por clonación, la famosa ovejita Dolly, se han clonado ya 26 especies de mamíferos por la misma técnica: la transferencia nuclear. Consiste en obtener el ADN de una célula adulta del animal que se quiere clonar e introducirlo en un ovocito de una hembra donante al que previamente se ha extraído su núcleo. Ello da lugar a un embrión cuyo material genético es idéntico al del animal clonado.
El equipo asegura que la finalidad del experimento es obtener primates para la experimentación médica, pero sus propios colegas del Instituto Roslin lo ponen en cuestión. Consideran que hay otras vías más eficaces y seguras de conseguir animales de experimentación, por ejemplo utilizando la nueva técnica de edición genética CRISPR.
La cuestión es: si en un momento determinado se demostrara una forma viable y segura de clonar primates a partir de células adultas, ¿cuánto tiempo se mantendría la barrera que prohíbe intentarlo en humanos? En los años setenta se produjo un debate similar respecto de la fecundación in vitro. En ese momento se planteaban muchas objeciones éticas y también científicas, pues muchos investigadores estaban convencidos de que la técnica produciría anomalías en los fetos y por ello desaconsejaban intentarlo siquiera. En medio de la polémica, dos científicos, Robert Edwards y Patrick Steptoe, decidieron echarse a la piscina. Y hoy hay millones de niños que fueron concebidos en la probeta. En España, el 20% de los que nacen.
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