Para comprender y contrarrestar las mordeduras de serpiente, que causan entre 1.8 y 2.7 millones de casos de envenenamiento y entre 81.400 y 138.000 muertes anualmente en África, Asia y Latinoamérica, es crucial investigar a fondo la estructura y la actividad biológica de las toxinas en su veneno, según la Organización Mundial de la Salud.
Un ejemplo intrigante de un uso poco convencional del veneno es el observado en las cobras escupidoras del género Naja. Todas las serpientes de este género poseen venenos potentes que, al inyectarse en sus presas, provocan daño a los tejidos, parálisis neuromuscular y asfixia. Sin embargo, las cobras escupidoras africanas y asiáticas, a diferencia de la mayoría de las serpientes, han desarrollado de manera independiente la capacidad de escupir veneno.
La adquisición de este rasgo evolucionó a partir de dos adaptaciones anatómicas clave. En primer lugar, desarrollaron la capacidad de erguirse a más de un metro sobre el suelo. Simultáneamente, aplanaron las costillas de la cabeza cuando se sentían amenazadas, adoptando una postura amenazante para advertir a posibles depredadores sobre el peligro de un enfrentamiento.
Luego, realizaron modificaciones en la apertura del canal de inyección del veneno, lo que les permitió expulsarlo a distancias de hasta dos metros y medio con gran precisión, apuntando a los ojos de posibles agresores. Esto ciega al atacante el tiempo suficiente para que la serpiente pueda resguardarse. La presión selectiva que favoreció la evolución de este mecanismo de defensa ha sido un misterio hasta hace poco.
El equipo de investigación postula que la raíz de esta estrategia defensiva en las serpientes está vinculada a la evolución de nuestros predecesores, los homínidos que se desplazaban erguidos, lo que lleva a la hipótesis de que los encuentros entre estos homínidos y las serpientes podrían haber representado una amenaza potencial para las serpientes. Esta situación habría ejercido una presión evolutiva que favoreció la adopción de comportamientos defensivos por parte de las serpientes.
Un estudio indica que el origen de la capacidad de escupir veneno por parte de las serpientes se originó en África y posteriormente se extendió a Asia, coincidiendo con la separación de nuestros antepasados de los chimpancés y bonobos en África, seguida de su migración a Asia.
Se podría comparar este proceso con una especie de carrera armamentística, en la que las serpientes desarrollaron la capacidad de escupir un veneno cada vez más letal, mientras que los seres humanos desarrollaron una mayor destreza visual para detectar estos peligros.
El estudio de los venenos de serpientes proporciona una fascinante oportunidad para entender la evolución de su arsenal tóxico, su papel en la biología de la serpiente y las interacciones y presiones evolutivas mutuas entre las serpientes y otros organismos en su ecosistema.
Un ejemplo intrigante de un uso poco convencional del veneno es el observado en las cobras escupidoras del género Naja. Todas las serpientes de este género poseen venenos potentes que, al inyectarse en sus presas, provocan daño a los tejidos, parálisis neuromuscular y asfixia. Sin embargo, las cobras escupidoras africanas y asiáticas, a diferencia de la mayoría de las serpientes, han desarrollado de manera independiente la capacidad de escupir veneno.
La adquisición de este rasgo evolucionó a partir de dos adaptaciones anatómicas clave. En primer lugar, desarrollaron la capacidad de erguirse a más de un metro sobre el suelo. Simultáneamente, aplanaron las costillas de la cabeza cuando se sentían amenazadas, adoptando una postura amenazante para advertir a posibles depredadores sobre el peligro de un enfrentamiento.
Luego, realizaron modificaciones en la apertura del canal de inyección del veneno, lo que les permitió expulsarlo a distancias de hasta dos metros y medio con gran precisión, apuntando a los ojos de posibles agresores. Esto ciega al atacante el tiempo suficiente para que la serpiente pueda resguardarse. La presión selectiva que favoreció la evolución de este mecanismo de defensa ha sido un misterio hasta hace poco.
El equipo de investigación postula que la raíz de esta estrategia defensiva en las serpientes está vinculada a la evolución de nuestros predecesores, los homínidos que se desplazaban erguidos, lo que lleva a la hipótesis de que los encuentros entre estos homínidos y las serpientes podrían haber representado una amenaza potencial para las serpientes. Esta situación habría ejercido una presión evolutiva que favoreció la adopción de comportamientos defensivos por parte de las serpientes.
Un estudio indica que el origen de la capacidad de escupir veneno por parte de las serpientes se originó en África y posteriormente se extendió a Asia, coincidiendo con la separación de nuestros antepasados de los chimpancés y bonobos en África, seguida de su migración a Asia.
Se podría comparar este proceso con una especie de carrera armamentística, en la que las serpientes desarrollaron la capacidad de escupir un veneno cada vez más letal, mientras que los seres humanos desarrollaron una mayor destreza visual para detectar estos peligros.
El estudio de los venenos de serpientes proporciona una fascinante oportunidad para entender la evolución de su arsenal tóxico, su papel en la biología de la serpiente y las interacciones y presiones evolutivas mutuas entre las serpientes y otros organismos en su ecosistema.
Fuentes: Dw, Theconversation
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