En una habitación, en algún lugar del edificio de Zoología de la Universidad de Oxford, llena de 200 langostas migratorias en cajas de plástico, a finales de los ochenta, los entomólogos Stephen Simpson y David Raubenheimer, empezaron su tarea de descubrir que ocurre si sometes a estos animales a una dieta que obliga a los distintos apetitos a competir; alimentando a los animales con mezclas de proteínas y carbohidratos en cantidades relativas que no coinciden con su objetivo de ingesta. Al hacer 25 dietas diferentes y medir cuanto comían las langostas, lo que crecían y la rapidez con la que se desarrollaban, descubrieron que al competir los apetitos de las proteínas y los carbohidratos, ganaban las proteínas.
A lo largo de su carrera, Stephen Simpson ha demostrado que, al igual que las langostas, los seres humanos también tienen un apetito específico por las proteínas y los carbohidratos. Sin embargo, en un mundo donde los alimentos ultraprocesados inundan las estanterías de los supermercados, esta regulación del apetito se ve afectada. Palabras de Simpson: "Lo que ha sucedido es que nuestros apetitos evolucionaron en entornos naturales, ahora han sido sometidos a entornos alimentarios altamente procesados que han sido diseñados, en muchos sentidos, para hackear nuestra biología, para subvertir nuestros apetitos".
Los entomólogos sostienen que, los alimentos ultraprocesados, bajos en proteínas, pero ricos en grasas y carbohidratos, pueden conducir a un ciclo vicioso. Estos productos estimulan el apetito, pero no satisfacen nuestras necesidades nutricionales, lo que lleva a un consumo excesivo de calorías y en última instancia el aumento de peso.
Un estudio realizado en Sídney revela que la gente allí obtiene más de la mitad de sus calorías de alimentos ultraprocesados, en algunos casos más del 90% de ellas. A medida que aumenta la ingesta de estos alimentos las proteínas que tomamos se mantienen iguales, pero la energía aumenta, debido a la dilución de estas por las grasas y carbohidratos, además su apetito por las proteínas les llevaba a ingerir más calorías, normalmente en forma de tentempiés salados. Esto se debía a la activación de una hormona llamada FGF21, que desencadenaba un comportamiento de búsqueda de sabores, una respuesta sustantiva al consumo de proteínas.
Simpson destaca que a medida que las personas ganan peso, su metabolismo se desregula, Los tejidos se vuelven menos sensibles a la insulina y esto afecta al metabolismo de las proteínas. Esto puede llevar a la descomposición de tejidos magros, como músculos y huesos, y al consumo de proteínas para producir energía. Al final, el apetito por las proteínas aumenta, lo que perpetúa el ciclo del aumento de peso y desregulación metabólica.
Por último, este, enfatiza lo imperativo de volver a una alimentación saludable, basada en alimentos integrales, frutas, legumbres, nueces, cereales, lácteos de calidad y proteínas magras. De esta manera, el alimento se convierte en una herramienta útil para guiar nuestras elecciones alimentarias hacia una dieta equilibrada y saludable.
Fuentes: El País, Noticias Salud
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