El heterodoxo astrónomo Abraham Loeb saltó a todos los medios de comunicación de todo el mundo en
2017, cuando lanzó la hipótesis de que el asteroide Oumuamua podría ser una nave extraterrestre.
El Departamento de Defensa de EE.UU. observó una brillante bola de fuego que sobrevoló el Océano Pacífico Sur, en las proximidades de Nueva Guinea. Estudiando su trayectoria y velocidad, el profesor Loeb y sus colaboradores concluyeron en 2019 (tras el episodio de Oumuamua), que esa bola de fuego también había llegado desde más allá del sistema solar, es decir, también tenía un origen interestelar y que cabía la posibilidad de que también fuese una nave extraterrestre. El meteorito fue bautizado como IM1 (Interstellar Meteorite -1).
En 2021, Loeb preparó un proyecto, denominado Galileo, encaminado a localizar objetos que pudieran ser procedentes de equipos tecnológicos extraterrestres. En junio de 2023, en el marco de este proyecto, organizó una expedición para rastrear los posibles restos de la bola de fuego IM1 que podrían haber quedado depositados en el fondo del Pacífico. El proyecto Galileo está financiado con más de con 1,5 millones de euros gracias a donaciones privadas de varias fundaciones y personas, entre ellas el magnate de las criptomonedas Charles Hoskinson.
Como resultado de la expedición, Loeb anunció rápidamente que había localizado medio centenar de esférulas metálicas que solo podrían haber sido originadas en un exoplaneta (fuera del sistema solar) o ser los restos de una nave extraterrestre. Loeb presentaba así ideas similares a las que ya había avanzado para el debatido objeto Oumuamua. Los resultados fueron hechos públicos en una prepublicación.
Las esférulas encontradas por Loeb tiene menos de un milímetro de tamaño. Antes de la expedición del proyecto Galileo, dragando otras zonas de los fondos oceánicos, ya se habían recogido muchas partículas de este estilo. Muchas de ellas habían sido reconocidas como de origen meteorítico y se habían calificado como "esférulas cósmicas": son pequeños fragmentos de meteoros que penetran en la atmósfera y que adquieren su peculiar forma esférica al quemarse por la fricción con los gases atmosféricos.
El medio científico siempre se mostró escéptico frente a las afirmaciones de Loeb: que la composición química de sus esférulas no fuese típica de meteoritos interplanetarios no garantizaba que su origen fuese interestelar y, mucho menos, que su origen fuese una nave espacial extraterrestre.
Fuente: El Mundo
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