En las personas el sexo está definido por los cromosomas X e Y, lo que nos da en teoría solo un 50 % de probabilidades de hallar una pareja compatible. Con la ayuda del oído, la vista, entre otros sentidos, se incrementan las posibilidades de reproducción. En cambio, los hongos no tienen oídos, ni ojos ni otros órganos que les beneficien, pero tienen un sistema de apareamiento mucho más complicado que casi asegura el triunfo cuando mandan sus esporas en busca de una pareja.
En los hongos poroides del género Trichaptum el sistema de apareamiento es tetrapolar (aparecen varios factores determinantes) con varios alelos, y el tipo de apareamiento se decide por dos loci diferentes en el genoma.
Este grupo de hongos ha desarrollado un mecanismo sexual que reduce la endogamia, conocida en los humanos como consanguinidad, gracias a que la selección natural lo ha permitido. Esto puede tener efectos perjudiciales en ambientes variables como en los que vivimos hoy en día por el cambio climático.
Este nuevo sistema permite que los cruces sean más habituales entre individuos no emparentados, lo que les da cierta ventaja adaptativa en ambientes más desfavorables. Un tipo en especial de selección, la balanceadora o estabilizadora, que lleva actuando antes de la aparición de algunas especies recientes de hongos, ha posibilitado que estos tengan más de 16.000 tipos sexuales. Este número es muy alto si lo comparamos con el de los humanos, que solo existen dos (hembra y macho).
Los hongos Trichaptum no son los únicos que tienen un número tan grande de tipos de apareamiento, como señalaban estudios anteriores, sino que es común en estos hongos en general.
Cuando encuentren una pareja compatible con un tipo de apareamiento distinto, el resto del genoma posiblemente también sea diferente, por lo que conseguirán una nueva combinación de alelos. Si las condiciones del entorno varían y es necesario generar diversidad para adaptarse a estas nuevas condiciones, la mezcla de alelos diferentes incrementará sus posibilidades de supervivencia.
Fue una buena manera de confirmar los resultados. Se pusieron juntos de dos en dos en una placa Petri, de manera que se pudo observar fácilmente en el microscopio cuáles se habían apareado.
Este estudio forma parte de un proyecto más grande en el que los investigadores intentan identificar las barreras que impiden a los hongos aparearse. Para ello se necesitaba esta información de base sobre cómo se aparean habitualmente.