Si bien, en nuestros días, la guerra se hace cómodamente con drones, misiles teledirigidos, etc, en la antigüedad se combatía cuerpo a cuerpo. Los ejércitos más voluminosos aplastaban al enemigo para ganar las batallas, independientemente de la táctica utilizada (si bien es cierto que hay victorias de ejércitos pequeños cuyas estrategias se estudian hoy en las academias militares).
El cuidado de las heridas de combate es tan antiguo como la propia guerra. Los egipcios tenían una medicina sofisticada y altamente especializada, y ya realizaban la fijación de fracturas y cauterizaban el sangrado en el campo de batalla. Los griegos también aplicaban tratamientos médicos a los heridos puesto que tenían una tradición médica muy arraigada. Los romanos iban más allá y, además de sus tratamientos de heridas en el frente, diseñaban campamentos con el cuidado de colocar las letrinas río abajo para garantizar la higiene. También contaban con agua corriente y se cree que tenían un sistema individual de evacuación de heridos dentro de cada legión.
En el siglo XVI, el barbero-cirujano Ambroise Paré estuvo al servicio de cinco reyes de Francia como cirujano de campo de batalla. Tuvo mucho éxito utilizando el antiguo remedio romano de aplicar trementina en las heridas, y también empezó a ligar las arterias que sangraban en vez de quemarlas con un hierro candente.
Jean Louis Petit inventó el torniquete, y Pierre-Joseph Desault, quien puede considerarse el padre de la traumatología, describió un método de desbridamiento de heridas, y también diseñó un sistema de amputación que sustituyó a todo lo concebido hasta entonces.
El descubrimiento de la anestesia, de la asepsia (procedimientos y técnicas dirigidos a evitar la presencia de microorganismos) y los antibióticos redujeron también la mortalidad del frente. Los soldados disponían ahora de agua limpia, instalaciones para el aseo y despioje, y eran vacunados frente a la viruela y al tétanos.
La Primera Guerra Mundial produjo novedades en medicina y cirugía que también encontraron su utilidad en la práctica civil. La Revolución Industrial introdujo poderosos cañones y otras armas de destrucción a distancia y aumentó más, si cabe, el número de soldados fallecidos en ambos bandos. El número de bajas era muy alto y las heridas más destructivas todavía. Ante tanta mutilación, se inició el desarrollo de la que hoy conocemos como cirugía reconstructiva (en especial, en heridas faciales), que fue impulsada por el otorrinolaringólogo sir Harold Gillies, quien es considerado a día de hoy como padre de la cirugía plástica.
Pero la novedad médica más extraordinaria de la Gran Guerra se produjo gracias al gas mostaza, que fue utilizado por primera vez contra los ingleses que combatían en Bélgica en julio de 1917, y que se llevó por delante a más de dos mil soldados. Al finalizar la contienda, el matrimonio de patólogos Helen y Edward Krumbhaar estudiaron a los supervivientes y descubrieron que muchos de ellos no tenían defensas contra virus o bacterias porque su médula ósea había dejado de producir células sanguíneas. Gracias a este descubrimiento se sentaron las bases de lo que hoy en día conocemos como quimioterapia.
En definitiva, si hoy en día tenemos los medios y tratamientos actuales en medicina, es en parte gracias a algunos de los conflictos que se han nombrado anteriormente. Por ello, siempre de las situaciones malas se pueden sacar conclusiones positivas.
Fuente: Alimente